domingo, 15 de noviembre de 2009

por vía de excomunión



Monseñor:
Como no soy mujer, ni adolescente, ni católico sus palabras no me han producido ninguna sensación especial que no tenga que ver con el hecho de que, como ciudadano de a pie, sus palabras me empujen a inferir una voluntad expresa de influir en la actitud social de algunas personas ante la nueva Ley del aborto.

Tomando como base esa inferencia, quisiera decirle sencillamente que una ley sobre el aborto no obliga a nadie a practicar abortos. Permitir que una mujer aborte no es obligar a nadie a practicar un aborto. Condenar a alguien por los delitos que tal vez pudiera cometer, es una osadía que ni en el los más oscuros momentos de la historia han podido defenderse.

Habíamos conocido a una Iglesia capaz de condenar y quemar a alguien por delitos, no probados, de brujería o herejía; pero eso de condenar a alguien "por si acaso" es algo nuevo, monseñor, nuevo y reprobable.

La ley del aborto, esta o la anterior o la siguiente, no significa que aquellas personas que no quieran abortar en cualquier circunstancia, tengan que hacerlo; se trata de una ley que permite que una mujer que decida abortar pueda abortar en las mejores condiciones médicas y afectivas y sociales.

Afirmo abiertamente que el aborto me parece una solución evitable; la mejor medida para solucionar el problema sobrevenido ante un embarazo no deseado es procurar por todos los medios evitar ese embarazo, pero cuando finalmente el embarazo se produce deben ser los directamente implicados quienes tengan en su mano las opciones legales para actuar de la manera que consideren más adecuada, eficaz y segura.

Monseñor, sus percepciones morales son respetables, pero no son únicas. La doctrina de la que vida es un regalo divino no la comparten todos, es algo tan sencillo como eso. Hay personas que piensan que la vida es el producto azaroso de una reacción química.

Su voluntad de asegurar la prevalencia de sus ideas sobre otras diferentes distorsiona tanto el principio de actuación en el seno de una sociedad como la nuestra, que acaba por confundir un elemento de regulación social con una fuente de corrupción moral.

No se dirige usted a los católicos sin más, intenta confundir y acobardar para condicionar desde su posición de prevalencia el resultado de una votación en las cortes primero y en la sociedad después.

Monseñor, confunde usted su derecho a defender una idea con la amenaza; sus palabras son un arma cruel que apunta con inusitada violencia a la sien. Paradojas, monseñor, paradojas de la vida.
Espero que sus palabras no consigan imponer la amenaza cruel que rezuman. Definitivamente no se si es prudente ni justo condenar de antemano por aquellos delitos que pudieran cometerse mañana.

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