domingo, 10 de octubre de 2010

EL BURRO, BOLONIA Y LA PIEDRA


No, no se trata de una fábula, es solo un cuento real, tan real como la vida misma.

Un burro caminaba lentamente por un camino mal asfaltado y peor cuidado. El peso de la carga frenaba su paso y lo hacía lento, pesado, dificultoso. En un momento, tal vez por descuido o más bien porque el cansancio le empujó a la ceguera momentánea, tropezó con una piedra y dio con sus patas delanteras en tierra; se desequilibró la carga y sintió como todo su cuerpo rodaba, inerme, hacia el peligroso borde del camino que se abría amenazador sobre una pendiente, cuyo desnivel prometía algún descoyuntamiento o al menos largos dolores y molimientos. Juraba el dueño del semoviente en todos los idiomas y atizaba con inusitada crueldad los cuartos traseros del pollino pensando que, empujado el burro por el dolor de su tralla, aprestaría su aturdimiento y se esforzaría por levantar cuanto antes el peso de la carga, reanudando la marcha. Finalmente, tras denodados esfuerzos, se hizo un poco de calma y nuestro borrico consiguió erguir la carga y seguir su penoso trayecto: fue la culpa del pollino y de la carga, como suele acontecer en estos trances.

Unos días después, cargado de nuevo en demasía, repetía el burro trayecto y circunstancia. Cuando su instinto animal le hizo comprender que se aproximaba el tramo en el que una piedra le había llevado al suelo, suavizó la marcha, aguzó la vista y levantando el hocico un par de palmos se prestó a “optimizar esfuerzo” y a extremar su vigilancia para evitar el tropiezo. Desavisado aunque racional el bípedo que le acompañaba, olvidados los denuestos y juramentos del tropiezo anterior, caminaba al lado del pollino ajeno del todo en su memoria al pasado, hasta que, rodeado el obstáculo por el pollino, fue el amo a darse de bruces contra el suelo, dejando al menos dos incisivos y una parte del tabique nasal en el duro y descuidado camino. Riéndose por dentro el animal pensaba cuán cierto es que la estupidez de los humanos les lleva a tropezar dos veces, e incuso más, en la misma piedra.

¿Y Bolonia? Otra piedra. Los acuerdos de convergencia universitaria firmados en Bolonia se han convertido en España en una pesada carga que ha recaído, irremediablemente, en los agentes directos de la cosa, osease: alumnos y profesores de a pié. Los altos responsables, los grandes políticos, los comentaristas y tertulianos se han llenado la boca una y otra vez de grandes palabras. Mientras, en el camino, el burro aguanta el equilibrio y la carga como su instinto y su buena voluntad le dan a entender. Y al comenzar el ascenso por el terreno pedregoso y menos cuidado: el arranque de “otra” reforma que implica una profunda transformación de los diseños curriculares de los nuevos títulos y una no menos profunda transformación metodológica: frente a la tradicional idea de “transmitir conocimientos”, la renovadora apuesta por “el enseñar a hacer”, definir y desarrollar competencias, definición y adquisición de las habilidades que definen el perfil profesional del futuro “grado” o “graduado”.

Poco a poco, con esas alforjas de renovación, hemos ido conociendo no sin miedo, el camino por el que, queramos o no, se empeñan en llevarnos los grandes pensadores, los grandes ejecutivos, los que manejan el cotarro. Hemos empezado a manejarnos con eceteses, tutorías, seminarios, trabajo presencial y no presencial, evaluación de competencias y actividades de participación y el aprendizaje colaborativo y los las TICs y su powerpoin y los debates asincrónicos y las tutorías virtuales, que lo son solo para pagarlas y un largo etc. de renovadores discursos y sentencias.

Y hete aquí que el Magnífico Rector de nuestra cosa, se descuelga con unas declaraciones del todo curiosas y renovadoras: “En la Universidad impera la calidad sobre la cantidad. No es necesario ser una Universidad Grande, sino excelente”, es decir, marcada por el dedo mágico de los organismos evaluadores con la aureola de la excelencia o, en inglés, que es más moderno con la areola de la “excellence”.

Todo estaría bien si no fuera porque el mismo Magnifico ha tenido a bien asumir en su universidad una regla de transformación tan perfecta como curiosa teniendo en cuenta la “exellence”: si un crédito ecetese implica unas 25 horas de trabajo, afirmamos que la calidad y la excellence demandan que solo un 40% de esas 25 horas sea “presencial”, mientras que el 60 % restante sea el tiempo que el alumno ha de dedicar a su trabajo individual, fuera o dentro, allá él, pero no presencial para conseguir lo que se pretende que consiga. Es decir por arte de magia los nuevos créditos se quedan como los anteriores: en diez horas, consistiendo, pues, la gran reforma en dedicar el mismo tiempo que antes a trabajar en las clases eso sí, precisando con total claridad que el alumno deberá trabajar 15 horas más por cada crédito, por su cuenta y riesgo y que salga el sol por Antequera.

Item más: el propio y magnífico Rector al frente de su no menos magnífico consejo de gobierno, acaba de aprobar, en el sumum maximum de la modernidad boloniana, que para ser maestro, pongamos por caso, y en ese ámbito de excellence, que los grupos de las nuevas aulas modernas tengan unos 100 alumnos que es un numero adecuado para establecer los nuevos modelos de enseñanza; eso sí, para la parte de las prácticas cree que es una necesidad hacer grupos más pequeños, fijando el número razonable en 50, que, como se sabe, es el ideal para celebrar en las aulas seminarios, y trabajo colaborativo, y tutorías de grupo, y resolución de problemas, e incluso, para hacer exposiciones porque, como también sabemos todos, la excelencia y la modernidad docente pasa por introducir nuevos métodos de trabajo en las clases prácticas,

Nos tememos que por segunda vez, caminamos hacia una piedra que ya conocemos y en la que ya nos hemos pegado un buen porrazo: la senda de las declaraciones huecas, de las afirmaciones populistas sin sentido, de la contradicción y el miedo. Hace unos años fue la LOGSE, una reforma valiente, pensada, bien definida, que tropezó con la piedra del miedo de sus mentores hacia lo que significaba y hacia lo que costaba. Ahora es Bolonia. Como burros de carga nos tememos que termine, como entonces, en un revolcón cruel y sin sentido. Aunque escarmentados intentamos no tropezar, quienes nos guían parecen haber olvidado la piedra. Señor Rector, las palabras son armas cargadas de vida y de experiencias. Si aboga por la “exellence” en público de la manera en que lo hace, se arriesga a que le saquen los colores quienes, escarmentados ya con el tropiezo pasado, esquiven de antemano el obstáculo sabiendo, aunque le duela, que, como humanos empedernidos, volverán a tropear en la misma piedra. ¿Intentarán también echar la culpa al burro?