Presuntamente.
Dice Javier Marías en El País que se teme que lo que ocurre en estos momentos en el mundo es que "una gran parte de la población es ya incapaz de ditinguir la verdad de la mentira, o más exactamente, la verdad de la ficción". Lo que no queda claro es si para el novelista -y para nosotros sus lectores- tal eventualidad es necesariamente algo terible o si podría entenderse como algo razonable, propio del progreso consante y civilizador del homo sapiens del que creo seguimos formando parte.
La frontera entre lo real y lo ficticio no siempre es diáfana, definida, clara; en muchas ocasiones resulta tan sutil que apenas puede reconocerse a ciencia cierta el terreno en el que te encuentras. Lo "presunto" se ha convertido en una realidad tan apabullante que, hasta en presencia del cadáver insepulto de un finado, podríamos escuchar, y escuchamos de hecho, cualquier afirmación sobre el "presunto cadáver".
Afirmar de una actuación -la que sea- "que fue así porque yo estaba allí y nadie melo ha contado", como argumento fidedigno de fiablidad puede contrastar hasta la paradoja con la opinión de otro alguien, que también estaba allí mismo y que afirma lo contrario o lo distinto; de este modo "la realidad" ya no es una, sino distinta y diferente según la opinión /narración de quien la cuenta.
La multipliación de lo noticioso a través de los medios de comunicación ha generado un espacio de análisis crítico de la realidad totalmente nuevo, de dimensiones insospechadas: se empieza a concebir como "auténtico y real" lo que se ha visto en estos medios, notarios ineluctables -presuntamente- de la vida en vivo y en directo. En este nuevo espacio de comprobación y análisis de las cosas, la realidad -el referente empírico de la verdad- se diluye y difumina de forma tan evidente y rápida que en poco tiempo se pierde y confunde con lo subjetivo y hasta con lo ficticio, de manera irrecuperable. La realidad es cada vez más efímera, cambiante y "presunta".
Si una adolescente ha sido "presuntamente" forzada por una cuadrilla de jovenes, casi niños, todos por debajo de la edad penal, lo inmediato es trasladar el centro de la cosa a la discusión política y social de si debe rebajarse o no la edad para poder imputar responsabilidad penal a los "presuntos" delincuentes. Sin embargo, la "presunta violación" no es en sí misma objeto de análisis, de reflexión crítica. No importa, parece, conocer las causas de ese tipo de actuación en una sociedad civilizada, con la peregrina intenci´n de estudiar la posibilidad de buscar un "presunto" remedio. Y la niña, violada (presuntamente) tampoco.
La realidad empieza a ser "otra cosa".
¿Es un político, no importa su talla, su escenario de actuación, ni su nivel de responsabilidad- presuntamente culpable de prevaricación y cohecho, pongamos por caso, por recibir algunos regalos? ¿Acaso la generosidad desintersada y educada podría reputarse como intrínsecamente perversa solo porque el destinatario de la misma sea un político entregado de hoz y coz a su quehacer de servicio a los demás?.
Nada es verdad ni mentira. Me temo que estas cosas ni siquiera son de la modernidad. Hace ya cuatrocientos años, el ilustre Calderón aseveraba en verso que todo, que la realidad, es siempre cambiante: según el color del cristal con que se mira. Presuntamente.
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