martes, 30 de abril de 2013

Con el debido respeto

En el Congreso de los Diputados se pueden oír muchas cosas, es cierto. El calor de la controversia, la fuerza diálectica de las posiciones enfrentadas, la inmediatez de las réplicas y la falta de sosiego para ordenar las ideas. Pero estas circunsancias nunca deberían justificar afirmaciones como las que hemos escuchado de la boca del Ministro de Educación sobre la "nueva" ley orgánica de Educación con  la que se nos amenaza desde hace ya varios meses.

En estos días, previos a lo que parece podría ser la aprobación definitiva de la LOMCE, lo que procede es echarse a temblar y salir a la calle para dejar bien claro lo que queremos.




      Hace ya algún tiempo que habíamos descubierto con creciente preocupación que detrás de las medidas de austeridad y recortes (económicos y de los otros)  que iba tomando el Ministerio y de las reformas que poco a  poco anunciaba el Ministro,  había una clara voluntad de recortar no solo los fondos empelados en la educación, sino también el margen de libertad en la actuación educativa que progresivamente se había ido desarrollando en los últimos veinticinco años y un plan pe3rfectamente diseñado para iniciar el procveso definitivo de arrumbamiento de la ENSEÑANZA PÚBLICA.

Es decir, ya nos habíamos dado cuenta de su voluntad de centralizar -imponer desde su Ministerio- las pautas de actuación educativa, so pretexto de que una de las causas más directas del mal funcionamiento del sistema se debía, precisamente, a ese modelo "libertario" y sin sentido que la LOGSE había ido expandiendo a lo largo y lo ancho de nuestro modelo autonómico.

Uno de los anuncios más significativo de sus "reformas" se centra en la implantación de varios "exámenes de estado" (parece que tres, aunque uno sustituiría a la actual Selectividad)  a lo largo de las etapas obligatorias y posobligatorias. Estas REBÁLIDAS tendrían como objetivo fundamental garantizar un mayor rendimiento escolar o lo que es lo mismo,  una menor tasa de fracaso, según las explicaciones del Ministrillo y las de sus pulpilos,  porque está demostrado que al hacer exámenes, los alumnos estudian más y aprenden más.

Pero tal medida  no deja ser una burda farsa encaminada a conseguir  tres objetivos prioritarios que no se atreve a reconocer:

1)  Uniformar la enseñanza, o lo que es lo mismo imponer desde el Estado los contenidos que deben explicarse y cuándo y cómo deben aprenderse.
2) Asegurarse que los profesores "cumplen" con su cometido mejor que hasta la fecha, pues su obligación deberá centrarse necesariamente no en lo que el en que el alumando pueda aprender, sino en que  responda de manera satisfactoria (también el grado de satisfacción vendrá determinado, claro, por quien prepara el exámen y precisa quién va a corregir y bajo qué presupuestos) a los exxámenes de estado que e hagan.
3) Por fin las grandes editoriales podrán regenerar su suculento negocio al conseguir que todos los centros de España tengan los mismos programas, las mismas pruebas e idénticos presupuestos de evaluación. De este modo bastará un mismo libro para toda España,  con lo que volverán a generar ese negociete tan interesante que había producido pingües beneficios  (Anaya, Santillana,  SM. Edelvives) otrora, justo hasta que empezaron esas veleidades de las reformas educativas progresistas y modernas, pero que tan calamitosos reultadoes han conseguido (parecería que hacer la enseñanza obligatoria en tre los 5 y los 16 años fuese una cuestión menor, sin trascendencia, pero podríamos seguir mirando otras estadísticas referidas a la FP y al Aceso a la Universidad).

Que el esfuerzo mayor de los profesores se centre en el curriculum oculto que implca un examen estatal: no importa lo que el alumando aprenda, sino que responda de la manera más eficaz a esos exámenes centralizados y uniformadores...

¿Quién le asesora en los intrincados meandros de su despacho oficial? ¿No hay, acaso, análisis sociológicos y educativos y psicológicos y psicosocioeducativos que puedan llevarle a la conclusión que a estas alturas hace ya mucho tiempo que se viene demostrando que en los procesos de aprendizaje son más importantes los procedimientos que los controles, exámenes, pruebas, rebálidas o cualquer otro sinónimo que se le pudiera ocuurir?
¿No hay nadie cerca de usted que pueda explicarle con cierta solvencia y claridad para que usted lo entiendda,  que los exámenes globales acaban por no ser significativos desde el punto de vista de los saberes objetivos? ¿Nadie puede explicarle que, por ejemplo, la Selectividad ya no tiene ninguna otra finalidad que la de baremar el 40% de una nota de acceso a la Universidad y que lo difícil es supenderla? 

Señor Wert no es razonable que usted pretenda utilizar la educación para españolizar a nadie, ni a los jóvenes catalanes, ni a los jóvenes castallano-leoneses, ni a nadie. Hace ya mucho años que habíamos perdido de vista una actutud parecida  a la que usted manifiesa. La educación es educación, nunca adoctrinamiento. El único camino por el que un Ministro no puede dejarse llevar es por el de utilizar las leyes, los reales decretos, las órdenes ministeriales para adoctrinar, para imponer un pensamient, un a ideología. Conla Educación, Señor MInistro, NO SE JUEGA, es un crimen. 









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