Cuando los responsables de la cosa se empeñan en luchar por "la religión" o por la "educación para la ciudadanía" no solo ponen de manifiesto el absoluto desprecio que sienten por la educación, sino que, además, atestiguan su escasa compentencia social.
La última "conquista pírrica" de algunos grupos de padres teledirigidos por el PP, ante la justicia nacional, acerca de la posibilidad legal y legítima de ejercer la objeción de conciencia para que sus hijos puedan no-estudiar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no solo ha puesto sobre el tapete la legitimación de un acto de desobediencia civil que no produce beneficio alguno, sino que también ha conseguido desnudar (eufemismo por "dejar en pelota picada"a los jueces que, sumándose al carro de los depropósitos, se afanan (tal vez porque no tienen otra cosa más importante que hacer) por buscarle y encontrarle los cuatro pies al gato de la enseñaza. Digámoslo sin tapujos: si un padre puede objetar en nombre de sus hijos y por razones de conciencia, una asignatura oficial, podrá hacerlo con los mismos argumentos e idénticas razones ante cualquiera de las del currículo; y los hijos/alumnos, nunca deberíamos olvidarlo, son niños o preadolescentes o adolescentes, pero no son imbéciles: siempre será más fácil objetar -es que el profesor es un poco rojeras, o algo así- que estudiar algo que no te gusta nada y que además, es que no sirve para nada ¿verdad?
Preterición:
(Pefiero no comentar, ni recordar siquiera, el invento, digno de que le den un premio Príncipe de Asturias, de un conseller levantino de la cosa, que ha decidido que la asignatura en cuestión se imparta en inglés con el loable pretexto/propósito de que de esa manera se favorece el prendizaje de la mencionada lengua, que ya te vale).
Pero no, amigas y amigos, el problema de la educación no es la religión ni la educación para la ciudadanía. Nuestros estudiantes podrán estudiar o no estudiar esas dos asignaturas y no serán por ello mejores ni peores ciudadanos, pero tampoco serán más religiosos , ni más o menos sabios.
sin embargo, y es este ess el quid de la cuestión, mientras nos empeñamos en discurrir si es imprescindible o no que las notas de esas asignaturas pasen al expediente definitivo del alumnado, o si el Tribunal Supremo acaba de aceptar y sentenciar y justificar y legitimar -o no- que los padres y las madres, en su sacrosanto derecho de elegir la educación de sus hijos, pueden objetar conciencialmente -o no- para que sus vátagos y vástagas, no ellos (que no se olvide), no tengan que estudiar una asignatura obligatoria; mientras nos entretenemos en esas cositas, digo, los verdaderos problemas de la enseñanaza obligatoria se diluyen, se camuflan, se esconden... y un porcentaje cada vez mayor de españoles andamos y andaremos en la frontera del analfabetismo funcional.
El problema de la enseñanza es, me parce a mí cuando menos, algo diferente, un problema mucho más profundo y doloroso que la religión y la educación, aunque sea para la ciudadanía.